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Reportaje
Marcelo Mangiante y su poesia haikus
 
 
 
“El poema del hombre es un ideal en blanco”

“La literatura consuela, educa, protege y justifica,
te permite asumir la vida, la muerte y
el paso del tiempo como es.”

- Arturo Pérez-Reverte


En cierto sentido un patio es un lugar que huye de las definiciones convencionales: puede ser lugar de descanso o de meditación, de trabajo o de contemplación. Entonces, no ha de causar sorpresa que el poeta Marcelo Mangiante, de Entre Ríos, Argentina, haya tomado del patio de su casa el nombre de su último libro, “Haikus del Patio.”

Como no abundan los poetas argentinos que se identifican con el Haikus, “The Buenos Aires Voz” se acercó a Marcelo y le pidió profundizar sobre su técnica de escritura.

--“Haikus del Patio” es un título sugerente…


--Puede ser. Los haikus son del patio porque los escribí desde el balcón de mi casa mirando hacia el fondo, donde está el patio. Desde allí uno tiene una vista panorámica, la distancia necesaria y suficiente, diría yo, para no atropellarse los poemas ni tampoco dejarlos pasar. Es ese patio real, tangible, la fuente a la que fui a buscar imágenes. Pero ese patio es, obviamente, un punto de partida, no de llegada. El patio del libro es otro, un patio más inquieto, más convulso que el patio real.

--Pero algún antecedente debe tener relacionado con los haiku.


--Claro. Yo doy clases en un instituto terciario en donde tengo a mi cargo un taller de escritura. Vengo enseñando a escribir haikus a mis alumnos desde haces algunos años. Así que son un área más o menos recurrente en mi agenda. Hay un dicho popular que dice “el que sabe, hace las cosas; y el que no sabe, enseña a hacerlas”. Y como no me gustaría que este dicho fuera aplicable a mi caso particular, me dedico cada tanto a escribir haikus, a hacerlos, no sólo enseñarlos. Y cuando uno llega a manejar la forma con cierta prestancia, se impone algunas restricciones extras para volver a sentir la dificultad, la resistencia de la materia a poetizar. Por eso me propuse escribir una saga de haikus que estuvieran atravesados por una misma perspectiva. Cuando conceptualicé “patio desde el balcón” como una perspectiva posible, pude escribir unos tales haikus del patio.

--Es interesante la convergencia entre palabra y objeto, pues rompe un poco la barrera intelectual sobre la naturaleza de lo poético. ¿Qué opina?

--Puede ser pero “patio” no deja de ser una palabra. La literatura desde los inicios del siglo XX consiste de palabras que se relacionan con palabras, más que de palabras que se relacionan con objetos. Desde hace 100 años las vanguardias producen permanentemente experiencias, juegos, sensibilidades, pero generan obras sólo de manera eventual, casi de rebote. Un buen libro ya no es el que critica y desplaza a los anteriores sino el que, además de eso, se auto-critica y se auto-desplaza. La inocencia perdió la batalla. Lo intelectual ocupa todo el escenario.
--Y en su libro el patio no es el patio real.
--Exacto y no podría ser el real, aunque yo quisiera que fuera. Desde Mallarmé en adelante nadie puede hablar de lo real en literatura. Cuando él dice que “el poema ideal es la página en blanco” está señalando que el espacio de creación se ha agotado, ahora la hoja debe hablar de la hoja, el poema del poema. En otras artes pasa lo mismo, el dibujo debe enjuiciar al dibujo, la fotografía a la fotografía y así sucesivamente. Entonces se agotan los géneros, aparecen los híbridos, los cruces, las inter-disciplinas, las trans-disciplinas. El poema ideal es el proceso por el cual la hoja en blanco de Mallarmé se convierte en un avioncito de papel en blanco que vuela errático durante un siglo y termina estrellándose contra las torres gemelas, haciendo bushhhhhh en 2001. Después no hay nada. Nosotros somos esa nada, que, pese a ser nada, es como un regurgitar el propio pasado de esa nada. Hoja negra, hoja astillada, hoja en estado de emergencia y de terror, no sé, algo similar a eso, pero no eso, una sombra de eso.
--Entonces, aparecen los haikus…
--Los haikus eran poemas que estaban directamente ahí, eran poemas-objetos, poemas que se escribían en la hoja, que se desarrollaban, antes de que el mundo progresivo, evolucionista, positivo que dura hasta el fin del XIX se agotase y se volviera sobre sí mismo. Hoy da igual haikus del patio o haikus de la alegría, haikus de la mesa servida o haikus de la angustia existencial. La naturaleza ya no es lo que era. Un frío abismal nos recorre las venas, y si no nos hiela la sangre es nada más que porque su naturaleza es rabiosamente intelectual.
--Asimismo resulta interesante contemplar la relación entre poesía y naturaleza. Es decir, muchos escriben "sobre" la naturaleza, no tantos como si la poesía brotara de ella.

--¡Le agradezco el piropo! Me halaga que reconozca la autenticidad de mi libro. Quisiera, más allá de mi propia experiencia de escritura, que la poesía brotara de la naturaleza… O no. Lo que sé es que no se puede escribir si no es a partir de una vivencia vívida, como si todo brotase naturalmente de lo natural. Si no hubo amor, no puede haber poema de amor. Da vergüenza ajena enterarse de la incapacidad amorosa de mucha gente a través de leer sus poemas. Yo creo que el término naturaleza engloba un sinfín de realidades complejas. Siempre que hablamos de naturaleza algo estamos idealizando. Yo no defiendo la naturaleza. Lo que yo estoy haciendo en este momento es participar de una asamblea de vecinos auto-convocados en Paraná que se ha propuesto la defensa irrenunciable del Parque Nuevo, un fabuloso pulmón verde de mi ciudad de más de 100 hectáreas, que las crasas autoridades municipales quieren privatizar porque no les alcanza ya con robarse millones y millones de pesos de todos los paranaenses todos los días. Además de eso, disfrutan de deteriorarnos las condiciones de vida, les encanta cercarnos, armar barrios privados para poder excluirnos. No nos van a ganar, tienen mil veces más dinero que nosotros, pero nosotros tenemos diez veces mas inteligencia. Igual, esa es otra historia.
--Es decir, un escritor vive inmerso en la realidad del mundo que le rodea…
--A lo que quiero llegar es a que yo, cuando escribo, tomo ciertos recaudos: escribo a partir de lo que sé y lo que vivo. Por más fascinante que pueda ser la labor del panadero de mi esquina, no puedo escribir sobre eso. No sé cómo se hace el pan. No sé qué sueños tiene el panadero. Entonces no le puedo faltar el respeto, ni faltármelo yo y poner en su boca palabras que ni son ni pueden ser de él. Hay uno de mis haikus que afirma que una papa desenterrada puede significar el hallazgo de un tesoro. Es una metáfora y es literal, las dos cosas a la vez. Lo sé porque yo planto en el patio real. Y cosecho en el patio real. Y, para el que se hace su huerta, la papita es realmente una pepita. Después de muchos meses de espera se cierra el ciclo, se recoge la cosecha y se anda ese breve camino de la huerta a la cocina con las papas bien agarradas y pensando ya en la cena.
--Primero brotan las plantas, luego uno se recoge la cosecha…
--Sí pero no sé si la poesía brota de algún lado. Aparece, más bien, como aquello que es capaz de extraviar su origen. Eso opino yo después de leer a Barthes. Para Olga Orozco la poesía es algo así como un relámpago. Yo el relámpago lo percibo como algo demasiado inmotivado, repentino, aislado, y demasiado natural. Mi imagen, la que para mí representa qué es la poesía y cuál es la función del poeta también tiene que ver con la iluminación, pero es por completo diferente: yo me imagino un sereno en una fábrica de velas. Me imagino a ese sereno prendiendo velas en la oscuridad de la noche. O sea, no es una luz, son muchas luces. Y son luces que quizás nadie vea. Para mí ese sereno es ciego; esa es la otra clave de la imagen. Él enciende velas que no es muy probable que alguien llegue a ver y que, seguro, él de ningún modo va a ver. Entonces, el poeta es alguien desobediente, pues no se supone que se dedique a consumir la mercadería que --al contrario-- se la ha encargado que cuide en su trabajo. Es alguien, aparte, que hace algo peligroso. El incendio está siempre latente en esta imagen. Y por último, el poeta-sereno es un trabajador, no es un simple contemplador grecolatino del mundo. Quizás, entonces, no sea de la naturaleza sino de la realidad fabril, enceguecedora, de donde proviene la poesía. Al menos hoy día. Para otra época elaboraremos otra teoría, ¿no?
--¿Qué sucede con una forma artística como el haiku en un mundo ávido de su propia destrucción, especialmente la destrucción del medio ambiente?

--El haiku no deja de ser una forma rígida, fija, conservadora ya que tiene una métrica y una temática consolidada. Y del estilo, ni hablar. Detener esa avidez destructiva requiere de intervenciones novedosas, de generar nuevos ritmos, nuevas voces, de crear una nueva agenda de prioridades, es decir instaurar nuevos ideologemas, o sea micro versiones de nuevas ideologías, conceptos que iluminen otras realidades, otro sistema de velas. El infierno no es lo que viene. Es el lugar en el que vivimos ya, desde hace tiempo. Por cierto que puede ser peor. Pero tenemos una tramposa tendencia a adaptarnos, siempre vamos corriendo el límite. Siempre pensamos que estamos por caer al abismo. Un paso más y chau, decimos.
--¡Se acabó y a otra cosa!
--¿Sabe cuántos pasos más hemos dado, ya? No se trata de conservar lo que hay, de evitar que aumenten las pérdidas. Hay que empezar a revertir el camino. Acá en los 90 nos vendieron todas las empresas. Ahora, como no hay empresas, nos venden los campos, los parques, todas las fuentes de vida, salud y esparcimiento, lo que los economistas llaman los recursos naturales. Si los dejamos hacer, de la misma forma que ya los dejamos hacer el decenio pasado, la década que viene nos van a estar vendiendo por kilo, se van a llevar puestos nuestros cuerpos, directamente. Yo, le digo, en verdad tengo ganas de hablar de las cosas que estamos haciendo con la gente de la Asamblea Ambiental, pero tampoco es cuestión de ventilar líneas de acción, no vaya a ser que lea alguien que no tiene que leer... No vaya a ser que alguien vea al sereno encendiendo velas y lo haga despedir y se apague la poesía. Estoy convencido de que les vamos a ganar a estos idiotas siniestros. Después de derrotarlos, vamos a salir a todos lados a contar cómo lo hicimos, con todo detalle, para que el ejemplo cunda.
--Por ejemplo, la lucha que se está dando por las papeleras…
--La secuencia empieza en Gualeguaychú, después seguimos nosotros, el tercer mojón va a tener que ser fuera de esta gloriosa provincia que bien hace en llamarse Entre Ríos, patronímico ambientalista que prácticamente la condena a ser precursora dentro de la Argentina de las resistencias al poder destructor del capitalismo toxicómano actual. Pero entonces, ¿por qué yo elegí escribir haikus, si no parecen ser el mejor motor de búsqueda de un nuevo entendimiento planetario? No sé. Voy a decir algo cómodo: ellos me eligieron a mí. Y algo más cómodo todavía: pasemos a la próxima pregunta. Aunque, espere. Se me ocurre algo: tal vez haya en los haikus, aun en los míos con su heterodoxia, una reserva estética y moral, un lazo sutil, silencioso…, pertinaz con ese mundo que necesitamos preservar, reconstruir e inventar. No olvido que el haiku nace para ser signo de distinción de la alta casta imperial del Japón, pero un origen, ya lo dije antes, nunca es un destino.

--¿Existe alguna técnica especial que se emplea en la composición de un haiku? ¿Cómo es, para la poesía Haiku, lo que podríamos llamar la dialéctica entre la forma y la libertad expresiva?

-- No sé. En mi caso…lo que a mí me sirve es partir de la libertad total. Después el haiku se encarga de hacer la decantación. Rechaza, rechaza, rechaza y al final, si acaso, acepta algo de lo que yo propongo. Yo acepto la autoridad del género porque lo tomo como un juego, un desafío. Transgredir y obedecer al mismo tiempo. Porque transgredir es fácil. Desobedecer también. Lo que no es tan fácil es hacer las dos cosas a la vez. Pero es distinto para mí que para un japonés. Para ellos la medida de los versos no es mera convención. La forma del poema es del orden de lo sagrado. 17 sílabas según la numerología japonesa se conjugan como 1 + 7 = 8. El 8 es el número de lo infinito. Para nosotros es un 8 acostado, ¿no? Para ellos, un 8 de pie. El poema debe expresar lo infinito para ellos. Para mí, mi haiku tiene que ser un buen poema, un poema que haga algo, que esté vivo, y que tenga alguna autonomía literaria. Es decir, mi parámetro es principalmente literario. El de ellos, principalmente religioso. Es entendible lo nuestro. Si contamos desde “El Matadero” de Echeverría, la literatura argentina tiene 175 años. Los japoneses escriben haikus desde hace cinco siglos y llevan el triple o el cuádruple de eso escribiendo otras cosas. Entonces, como nosotros recién estamos empezando, es lógico que tratemos de fortalecer un discurso muy joven, queremos que crezca, queremos darle autonomía. Ellos están más de vuelta de esas cosas. No escriben tanto para enriquecer la literatura, que tal vez no sea algo tan importante para el mundo y que, después de todo, descuidándola o poniéndola al servicio de otros valores, no se ha muerto ni le ha pasado nada demasiado grave. Yo quiero libertad más que otra cosa, pero para los haikuistas japoneses esa es una muy mala palabra.

-¿Existe en Argentina un conocimiento o en todo caso un aprecio de esta forma poética?

-- Creo que no hay una comprensión profunda respecto a qué imágenes e ideas es legítimo que un haiku transmita o evoque. Inclusive, hay autores muy famosos que se la han agarrado con el haiku, escritores célebres que pensaron que con respetar la métrica 5-7-5 ya habían escrito un haiku. Los de Benedetti, por caso, son lamentables, muy flojos. Los de Borges, que por suerte escribió pocos, son demasiado intelectuales, hay mucho concepto, poca imagen, son ingeniosos y nada más. Algunos están logrados, pero muy lejos del nivel de otros textos borgesianos. Nunca podría haberse consagrado sólo por los haikus. Escribió uno que es brillante: “¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?”. Rescato ese. Los demás son pasables. En cuanto a si hay un aprecio de esta forma poética en la Argentina, me imagino que la respuesta va a ser algo ambigua. Si los autores se meten mal con el haiku, ¿qué se puede esperar de los lectores? De cualquier manera, me llama la atención que sea una forma bastante popular. El aire exótico que tiene por aquí el haiku lo hace muy rioplatense. Muy poca gente puede mencionar más de dos autores japoneses clásicos, pero mucha gente tiene cierta noción de lo que es un haiku. Vos les decís “saqué un libro de haikus” y te dicen “ah sí, esos poemas japoneses cortitos, qué lindo…”. Pasa muy seguido. Hay un saber del haiku, que si bien es superficial, está curiosamente extendido. No pasa eso con otras formas, que sólo las conocen los especialistas: o conoce a fondo el sijo coreano o nunca oyó hablar de esa forma. A mí no me ha pasado encontrarme gente que identifique o confronte distintos estilos, corrientes estéticas, autores, técnicas, problemáticas históricas en el haiku; gente que, por ejemplo, relacione la aparición de Hisajo Sugita (la primera mujer haikuista nacionalmente reconocida en Japón) con la Revolución Meiji. Concluiría entonces en que hay más aprecio que conocimiento del haiku en nuestro país y, supongo, en todos los países hispano-parlantes. Tal vez diría más: occidente aún no le encuentra la vuelta al haiku.

--¿Los conflictos en la literatura y en la poesía de occidente tienden a ser fuertes, abiertos y evidentes; en cambio en oriente parecen ser más ocultos. ¿Qué opina?


-- No he leído tanta literatura oriental como para opinar con firmeza. Es cierto que simbolizan de otra manera, es probable que todo lo velen más, que sean menos directos. Nosotros queremos ser líneas rectas, ellos quieren ser círculos. Hace un par de días leía los diarios de Bioy Casares sobre Borges y allí Bioy comentaba un dialogo entre Borges y Kodama en el cual ella le decía que los japoneses eran corteses al extremo de que si usted les preguntaba “¿hay sobre la mesa un sombrero?”, ellos nunca le dirían que no; le dirían algo al estilo de “sí, tiene usted razón en dudar de que haya un sombrero sobre la mesa”. Hacen ese circunloquio, ese rodeo, que nosotros jamás haríamos; nosotros decimos “no”, derecho al grano. También me acuerdo ahora de una película japonesa que vi este año, Noriko’s Dinner Table, en la cual hay escenas que a cualquier occidental le resultarían sumamente chocantes, que nos ponen en conflicto a nosotros, pero quizás no a un oriental corriente. En el film, un grupo de adolescentes mujeres conforman una secta de suicidas. Pero no se matan gratis, la organización cobra por la muerte de sus integrantes. Un hombre, abandonado por su mujer, contrata a la secta para purgar la huida de su amante en el cuerpo de una suicida. La chica conoce su rol y lo actúa a la perfección hasta las últimas consecuencias: él la acuchilla con una saña escalofriante, la deja como un colador; y ella muere sonriendo, agradeciendo al amante despechado esa rotunda demostración de amor.
--¿Y los occidentales?
--Occidente, con tantas puñaladas, hace películas de terror; al menos los yanquis. Los españoles o los italianos tal vez hacen una cómica. Los ingleses y franceses, tal vez una de misterio. Pero de cualquier forma para nosotros la víctima huye, no agradece, y aúlla en lugar de sonreír. Es otro mundo. En ellos no colisionan la alta tecnología con los valores milenarios. Nosotros creemos que deben colisionar. Ellos absorben todo, sin tocar nada. Japón es el país donde la gente tiene menos relaciones sexuales. Pero no les faltan pulsiones: a todo le sacan foto. Son muy emotivos. Y aunque tienen sociedades cada vez más complejas, me parece que se emocionan con cosas cada vez más simples.
--¿Y eso se refleja en la poesía?
--Sí. Es muy interesante, creo yo, comprobar cómo la poesía de Japón progresa simplificándose y condensando; exactamente a la inversa que la de cualquier país occidental. Para nosotros la complejidad es un valor positivo. La novela es en cierto sentido el género cumbre en la literatura occidental porque puede contener a todos los otros, y ciertamente nos gustan de manera especial las novelas de las que podemos decir que son muchas novelas al mismo tiempo, pues aspiramos a las obras totales, nos admira la capacidad de un autor de continuar una historia, de combinar discursos, lenguajes, situaciones, personajes. En cambio, los japoneses, del renga, un poema de mas de 100 versos, pasaron a la tanka, que posee 5, y de la tanka pasaron al haiku, que tiene 3, y no sienten que hayan perdido nada. Y otra cosa más: los orientales adoran a los precursores y se desentienden bastante de los continuadores. Basho es considerado el más grande poeta haiku no tanto por la calidad de sus versos como por su condición de iniciador del género. En Corea, excelentes escritores y escritoras de sijos son relegados a un segundo plano porque la figura de Yun Sondo ocupa claramente el lugar central entre los autores de esta forma poética; y otra vez, se debe menos a sus méritos literarios que a su condición de pionero. En cambio nosotros nos reconocemos esnobs, tenemos que estar al tanto de lo último que se está escribiendo. Tenemos que actualizarnos, para no sentir, de nuevo, la pérdida. Siempre nos vemos perdiendo, porque la nuestra es una civilización que necesita ganar. Ellos no pierden ni ganan, ellos están. Ellos se posan levemente sobre el mundo y cada lugar del mundo es para ellos el mundo entero. Nosotros dicotomizamos, el todo y las partes. Ellos integran, meten todos los gatos en el mismo círculo, la biblia con el calefón. Nosotros desconfiamos de los símbolos, queremos realismo, queremos decir lo justo, lo exacto. Ellos simbolizan, o sea que dicen demasiado y demasiado poco, ambas cosas a la vez. Como nunca desconfiaron de los símbolos, los poetas fueron gobernantes y los gobernantes fueron poetas durante muchos siglos en todos los países de Extremo Oriente. Para nosotros por un lado está lo publico y por otro lado lo privado. Para los hindúes se ve que no es así: el Kama Sutra, que nosotros lo leemos a escondidas en búsqueda de técnicas amatorias, fue escrito para reglamentar socialmente la sexualidad de las distintas castas en la India tradicional. Nosotros distinguimos, el yo y el mundo. Ellos tienden a ser uno con el mundo. Para nosotros, cada yo, cada interioridad, es libre y entonces, como la respiración es un atributo de la interioridad un occidental no enseña ni aprende a respirar. Los orientales enseñan y aprenden a respirar del modo en que el mundo respira. Nosotros ya no somos optimistas, dejamos de serlo en el siglo XIX, pero pretendemos al menos poder diferenciar entre Jekill y Hyde, entre el Doctor Frankenstein y su criatura, entre River y Boca. El dolor, el desasosiego de no poder establecer esta división nítida lo expresa Fernando Pessoa al decir “nuestra única tragedia es que no podamos concebirnos trágicos”. No podemos atarnos al mundo, ni desatarnos de él. Y Pessoa dice: “No tengo una idea de mí mismo: ni siquiera esa que consiste en una falta de idea de mí mismo. Soy un nómade de la conciencia de mí”. Lo que aparece en nosotros es conflicto, sí, es esa imposibilidad de completar una identidad, ya sea como yo, ya sea como ello. Perdemos hasta lo que no tenemos. En cambio los japoneses se suicidan cuando se les muere el emperador, como siendo una especie de unidad con la autoridad sagrada, la divinidad, el ello. En fin, que ellos están locos y nosotros también. Y que su pregunta da para seguir reflexionando un rato largo… o para tachar todo lo dicho y responderle con un haiku.

-- En su libro entra en juego la poesía, el dibujo, el objeto... ¿cómo ha sido el trabajo conjunto entre Marcelo, Sebastián y Pablo?

-- El libro, como objeto, se origina en un premio que obtengo yo con los textos de Haikus del Patio a fines de 2005 en España. En ese momento yo ya estaba cansado de obtener decenas de premios de esos que otorgan chucherías y que ni se hacen cargo de la publicación de los mejores trabajos ni ofrecen una dotación económica que permita afrontar la edición. Así que decidí publicar los poemas por mi cuenta y cargo. Pero el poemario me pareció algo breve como para ameritar un ingreso a imprenta sin ningún agregado. Se me ocurrió que cada haiku podía ir acompañado por un dibujo; de hecho, el haiku nace en Japón unido a su representación plástica y recién en el siglo XX, por influjo occidental, empiezan a separarse uno y otro orden. Y darle mis escritos a un dibujante o pintor es algo que siempre me ha fascinado: ver que otro produce una obra en un lenguaje que a mí, pobrísimo dibujante, me resulta ajeno; obra en la cual, sin embargo, estoy implicado, o mejor dicho, está implicada una obra mía, que también me es ajena y que ciertamente le es ajena a ese dibujante y al lenguaje en el cual este se expresa. Entonces lo llamo a Sebastián Cabrol, de quien soy amigo desde hace años, y que es un finísimo artista plástico paranaense. Ya habíamos hecho algunos trabajos juntos y yo imaginaba que volvería a asombrarme. Además, para mí, trabajar con él tiene un valor extra, ético y estético, ya que es todo un marginal, tanto en su vida como en su obra: un artista de muy bajo perfil, una especie de joya escondida que no interviene en concursos, no expone, no se codea con otros plásticos; nada, simplemente produce, crea. Vuelca toda su energía sobre la obra y eso se nota. Con todo, debo decir, Cabrol no acepta inmediatamente mi propuesta. Se lleva los poemas, nada convencido, y un mes más tarde me avisa que ha empezado a hacer algunos esbozos que tal vez, con suerte, terminarán decantando en las ilustraciones que yo le demandaba. Un día, como cuatro meses mas tarde, cae por casa con los dibujos. A la primera impresión, no me gustan mucho, pero observo que plasman, en trazos de agudos contrastes, esa relación tensa al interior de lo que muy abarcativamente llamamos naturaleza, que era algo que estaba presente en los poemas y que me interesaba resaltar. En los poemas hay un conflicto latente, nunca declarado, que no tiene nada que ver con la tradición haikuista clásica. Mis textos no construyen una visión armónica, color de rosas de la vida. Donde crece una planta no crece otra, y algunas son realmente invasivas, etcétera. La percepción de esa realidad es el hilo conductor de los textos y de los dibujos. Pero los dibujos no ilustran los poemas, ni los poemas terminan siendo verbalizaciones a partir de los dibujos. Son otra obra. Conversan, pero las identidades plásticas y literarias persisten, no hay subordinación. La tensión se da no solamente al interior de textos y dibujos sino también exteriormente, entre unos y otros. Lo interesante de todo esto es que a medida que yo miro los dibujos y releo los poemas cada vez los encuentro más diferentes y, a la vez, noto una hondura mayor en ambos registros, una sensación de abismo muy fuerte, como algo que nunca es nombrado ni mostrado, pero que se cuela por cada poro del libro que a mí se me empieza a armar en la mente. Finalmente, la labor de Pablo Rodríguez, el Pelado, consistió en llevar de la imaginación al papel ese conjunto de lógicas a veces convergentes, a veces divergentes, darles un andamio real. Para él también fueron meses de trabajo. Dialogamos mucho los tres, pese a que Pablo está viviendo en San Francisco, Córdoba. Lo de él también fue muy bueno. Tomó una hidra de dos cabezas y en vez de hacer la de Hércules, quemar las cabezas, le agregó otra cabeza al monstruo. Al cabo de nueve meses, se completó el ciclo, salió el libro, de carne y hueso, resultado del accionar conjunto de un papi, una mami y una partera.

--¿Alguna experiencia relacionado con la escritura que ha sido crucial para
usted y para la elección de elementos y herramientas de trabajo?


--Yo trato de contradecir mis prejuicios, mis ideas preconcebidas de lo que es y lo que no es literatura. Trato de no creer que ciertos materiales sean útiles y otros inútiles a priori. No todo sirve al final. Pero en principio todo puede llegar a servir alguna vez. Si tengo una idea para un cuento o una poesía y no encuentro el cuento o la poesía, no dejo de anotar la idea. La idea puede tener valor literario por si misma, pero también puede estar en la búsqueda de su propio sentido, puede no tenerlo ahora pero si más adelante. Yo soy un recolector de basura y creo que la literatura funciona como un basural. Ella contiene lo que las sociedades olvidan, descartan. Formas del decir y del sentir, ideas y palabras que son discriminadas o reprimidas. Un inmenso basural. Y a veces, un recicladero. Hoy para mí son haikus, pero sólo a condición de que sean haikus extraños, esos que nadie ha querido escribir antes. Y mañana, después de los haikus, no sé, quizás más haikus, o nunca más haikus. Otra gente tiene planes de escritura, yo no tengo la menor idea de qué voy a escribir esta noche (probablemente nada). Ni siquiera tengo la certeza de que seguiré escribiendo. Ando siempre al borde de dejarlo todo. Y es que yo no estoy dentro de la literatura, no pertenezco ni perteneceré a ella nunca, al menos no por mi voluntad o planificación. Yo estoy afuera, y caigo en ella, siempre por accidente. Un accidente que me es más o menos habitual, pero un accidente al fin. Así como otros se olvidan el paraguas en la oficina, yo me acuerdo de escribir: por accidente, por error, por estar pensando en otra cosa, por cansancio. Y diría que para mí lo importante ni siquiera es entrar a la literatura de vez en cuando, sino poder estar afuera la mayor parte del tiempo, al aire libre. Hace poco en una entrevista me preguntaron cómo había llegado a la literatura y yo respondí, yo no llego, yo me voy, yo salgo de la literatura. Es que, nuevamente, lo que me pasa es que asocio lo literario a la expulsión, a la pérdida, al descarte, al basural. Y sí, escribo lo que otros se olvidaron de escribir, lo que no quisieron, lo que no pudieron. Estoy restituyendo, reponiendo, recuperando, todo el tiempo, pero nunca sé qué es lo que recupero hasta que ya está recuperado, y todo se recupera como otra cosa, no como lo que era antes. Fíjese, los que quieren vender el parque dicen que es un lugar vacío, degradado, agreste, lleno de basura. Ellos dicen eso y yo ya me enamoro del parque. De no haberle prestado la menor atención nunca, paso a prestarle absolutamente toda mi atención… hasta que lo salvemos, y ahí me vuelvo a olvidar, me meto en otra cosa. Ellos lo desvalorizan para venderlo barato: obvio, pues son ellos mismos los que lo van a comprar. Toda la década del 90 fue así y no ha cambiado. Eso es lo dado. La batalla ahora, literaria, vital, consiste en construir una imagen del parque que no sea esa de ellos: pobre, sin valor. Ahí uno tiene que ir, mirar bien y decir, caramba, ¿qué clase de vacío es este que está lleno de árboles, de perros, de bichos… de vida? ¿Qué clase de profesionales son los arquitectos que realizaron el diagnostico que fundamenta el proyecto de privatización que si no ven un edificio, no ven nada, ven vacío, ignorando la existencia de sistemas bióticos complejos? ¿Qué clase de lugar degradado es este que transforma el humo de la quema de basura de dos barrios linderos en aire puro para toda la ciudad? Etcétera, etcétera. Hacerle poemas al parque, pegarlos en cualquier pared de la ciudad, tocarle el alma a la ciudad. En fin, que de lo que se trata, de manera más general, me parece, es de salvar lo que cualquier poder inicuo esté matando o quiera matar. En la literatura como en cualquier otra cosa en la vida. Y después de eso, nada, seguir andando. Yo sé que muchos buenos escritores son malas personas. De hecho, sé que mi maldad es mucho más profunda y más permanente que mi bondad. Con frecuencia siento que mi bondad se agota. Hago mi buena acción del día y ya está, no me pidan mas, no me sale. En cambio, siempre tengo un considerable stock de maldad disponible. La clave, me parece, es poder poner la maldad tan grande que tiene uno al servicio de causas justas. Y morirse a los 300 años, como hace un jacarandá si nadie osa talarlo antes.
--Marcelo: ¿Dónde se puede conseguir tu libro?
--“Haikus del Patio” se consigue a 2 pesos en librerías de Paraná, Entre Ríos: Arcadia, Fénix, Códice, Jabulani, El Ateneo, El Templo del Libro y la Correveidile. Encargos desde otras partes del país, directamente al autor: El envío se hace por correo, contra reembolso por un mínimo de 6 ejemplares (uno para usted, los otros para regalar y sorprender a sus amigos o enemigos).

Contactos:
Marcelo Mangiante: Email: marcelotienecorreito@yahoo.com.ar



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