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Elda Parra, cuentista de Cañuelas

Uribelarrea es un pequeño pueblo de menos de mil habitantes a unos 45 minutos de Buenos Aires, un lugar bucólico, con hermosas pero humildes casas construídas alrededor de 1890, poblado por imigrantes vascos, dejado a su suerte luego de la discontinuación del servicio del tren, con un inédito amor por la cultura. Ayer, bajo el sol sonriente de primavera, durante un acto artístico en la plaza, la escritora Elda Parra, del pueblo cercano de Cañuelas,  exhibía algunos de sus trabajos, lista para charlar amablemente con quienes expresaban interés por la literatura. Cuando se acercó este cronista a su puesto, le entregó una copia de "La Rosada," un cuento que ganó el primer premio del Cértamen Literario 2007 de la Biblioteca D.F. Sarmiento. Aquí publicamos el relato de Ela Parra:

 

                                                                                La Rosada

Heredero.

Único heredero.

El abuelo materno lo habí elegido.

La vieja quinta deseada por los familiares le pertenecía.

Al recibir la noticia del deceso, reservó pasaje, canceló entrevistas, dio las últimas instrucciones, organizó el equipaje de mano, se despidió de los conocidos y partió hacia el aeropuerto de Barajas. Completó los trámites adueneros, compró diarios argentinos para interiorizarse de la situación del país mientras tomaba café y esperaba la salida del vuelo noctorno.

En Ezeiza nadie lo aguardaba, contrató un remis para hacer la etapa final del viaje, en la que reconoció pocos lugares y evocó otros. Dos décadas ausente, pocas cartas, algunas fotos y varias tarjetas no eran suficientes para ubicarse en tiempo y espacio.

Con el llavero en la mano vio cómo el auto se alejaba leventando una nube de tierra. Sobresaltado, abandonado a su suerte pensó que la herrumbre visibel le impediría la entrada, la cerradura del portón se resistió al primer intento y cedió al segundo. No ocurrió lo mismo con la de la puerta principal, que, como engranaje recién aceitado se activó al instante.

No se atrevió a cruzar el umbral. Dejo que entrarán la luz y el  aire. Dejo que llegaran a sus oídos los teru teru pidiendo agua en vuelo. Dejó que aromas olvidados como el de las magnolias y las violetas lo sedaran. Lo acompañaban las ranas que buscaban alivio entre las calas. Apoyó las manos en las paredes descascaradas, sintió cómo se desmenuzaban entre sus dedos las capas de pintura. Acudieron a su mente imágenes, el carretón del herrero, los aprendices y, forjado en hierro, el nombre de la quinta, La Rosada. El abuelo, pocas veces verborrágico, intercalaba órdenes para qaue iz<aran la estructura hasta colocarla en la cima de los pilares de entrada, le oí decir, Lo elegí porque soy como un presidente en un país...Ejerzo el nepotismo, pero no serán mis sucesores ni los inútiles de mis hijos, ni los crápulas de mis yernos, ni mis hijas, porque esto no es para mujeres...La primera mano de las paredes la prepará con cal y sangre de los animales sacrificados en la segunda yerra.

El ladrido lejando de un perro junto a fuerte olor a humedad y al polvillo que se percibía en el haz que entró por la puerta abierta, lo volvió a la realidad. Parpadeó varias veces para habituarse a la semioscuridad, a la vez que avanzaba hacia los estantes atiborrados de libros. Imágenes como relámpagos lo bombardeaban, el abuelo en el sillón murmurándole al oído, El secreto está en el séptimo estante entre el 'Facundo' de Sarmiento y 'El Matadero' de Echeverría.

Suplantándolo por 'Amalia´ de José Mármol y la ´Bases para la Organización Política de la Confederación Argentina´de Alberdi.

Mentando a ´Juvenilia´de Cané y el ´Prometeo y Cía´de Wilde.

Aquello que siendo niño le parecía un juego, ya adulto y lejos del país perduró como un misterio, el momento de develarlo había llegado.

Descorrió los pesados cortinados, al entrar la luz a raudales aplicaría la teoría elaborada, si había un enigma, la solución estaba en el estante sé´ptimo, porque los datos que le diera el abuelo indicaban en ese estante, la derecha o la izquierida, nunca el centro.

Ubico el estante, contó los libros en ambos sentidos para confirmar que no había error, doscientos diecisiete, concentrado en el conteo no prestó atención a títulos, grosor, color o colección. Recontó hasta llegar al libro número ciento nueve, apoyó el índice para retirarlo, leyó su título, "El pozo"  de Onetti. Él se lo había enviado al abuelo para el nonagésimo cumpleaños recomendándolo como el cuento perfecto. Lo escoltaban "Historia universal de la infamia," de Borges y "Eureka"  de Poe. ¿Era casualidad o era una clave? El estupor lo invadió. Ejerció presión, retiró el libro, esperó conteniendo la respiración, nada sucedió. Aliviado dejo salir el aire contenido, en ese momento los estantes del primero al séptimo, en bloque giraron como una puerta, el tope fue la pared derecha de igual dimensión, el espacio reducido sofocaba, la pared del fondo de alabastro, como fuera una gigantesca araña que teje su tela, mostraba surcos suaves que fueron profundizándose hasta agrietarla y deshacerla en una mirada que alfombró el piso, gritó y el grito recorrió la casa retumbando en las paredes, multiplicándose en los ambientes hasta llegar a ser un eco remoto.

La pared derrumbaba dejaba al descuibierto una puerta con aldaba, sin cerradura.

Heredero.

Único heredero de La Rosada y el arcano familiar.

Elda E. Parra

1 comentario

susana -

Qué agradable encontrar a Elda aquí, me gusta como escribe, me gusta que hayan publicado su relato. seguro que Elda va por más, y eso también me gusta!