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La luz, amante de la sombra

La luz, amante de la sombra

La luz engaña según la hora del día. La sombra también. No es lo mismo caminar a la madrugada que a la hora de tomar mate. La luz y la sombra. La sombra y la luz No puede haber una sin la otra. Son gemelos. La luz es la eterna amante de la sombra, la sombra la esposa engañada de la luz. Viven engañándose mutualmente. Entienden que su esencia es un juego de aparencias, una dialéctica de matices siempre cambiantes, pues siempre hay luz y como hay luz también existe sombra. ¿Dónde están en este instante? A tus espaldas, quizás.

 

Hace una hora y quince minutos ella ha mantenido sus piernas en la misma posición. Una sombra avanza sobre su frente, muy sutilmente. Tanto es así que ella no se da cuenta. Está hundida en sus pensamientos. ¿Existe Díos? ¿Por qué me ha abandonado? ¿Por qué brinda su amparo a otros y no a mí? ¿Será que no existe? ¿Será que nosotros lo hemos inventado? ¿Por qué mi engañó? ¿Por qué el hombre tomó el trabajo de jurar amor eterno si no sabe siquiera cómo amar una mujer? ¿Es que todos los hombres son así? Malditos hombres, malditos dioses. Mentiras. Ilusiones. Trampas oscuras. No veo cómo salir de esta caverna húmeda, densa y oscura. ¿Soy yo la culpable? ¿Debo luchar? ¿Contra quién? ¿Con qué armas?

 

Los pensamientos de la mujer van y vienen. Son como los saltos de los payasos: el tema siempre aparece, gira, pide atención, protesta, reclama, se aleja y vuelve todo en el mismo instante. Entretanto, el rostro se mantiene a sus espaldas, inmortal, congelada, fijada en algún instante lejano. No sabe ella que corre pelígro. Está perdida en su mundo. No ve el ladrón acercarse a robar su bolso, sus documentos, su perfume, la carta de su novio. No ve el asesino que tiene levantado el cuchillo, el rabioso ex amante, el hombre que le enseñó a hacer el amor. No percibe que el balcón encima de su cabeza tiembla, es el temblor de la tierra, todo es inseguro, todo está por derrumbarse, el edificio, la vida, el mundo, todo. No concibe el cambio de la luz. No entiende que las agujas del reloj han cambiado de posición. Su atención está puesta únicamente en la sombra, en las sombras que han penetrado sobre los rincones más obscuros de su mente.

 

¡Qué delicia la de poder volar al fin del fin del tiempo! Aunque, claro, me haga ver de vez en cuando la luz de las estrellas. ¡Que voluptuosidad la de sentarse en ningún lado e imaginar el paso de las nubes por la boca de un lobo! ¡La de pasar las noches sin luz en el agujero más lejano del universo!  ¿Verdad que no existe diferencia sustancial entre la luz y la sombra, entre la vida y la muerte?

 

Fue en ese mismo instante que la bala entró en su corazón. El asesino, hombre de rostro torcido, tan familiar para ella como las sábanas perfumadas de color rosado que siempre cubrían la cama durante las noches de visita, ese mismo asesino tiró el gatillo con la ligereza del movimiento con el cual solía pasar rítmicamente su dedo índice sobre la vágina.

 

La luz y la sombra. El reloj marcó las cinco de la tarde. El cuerpo de la mujer de pronto fue rodeada por hombres y mujeres, policías. Se escuchó la vibración de las sirenas de las ambulancias. El aire se llenó de gritos, insultos. Una mancha de sangre violenta manchó el rostro que había guardado silenciosamente las espaldas de la mujer. Ella murió antes de encontrar las repuestas a sus dudas existenciales. Tal vez todo haya sido una ilusión óptica.

 

 

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