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Buenos Aires Jaque Press, en inglés y español

"¡Perros!" un cuento

"¡Perros!" un cuento

                   Llegó Damián Lobos a Todos los Santos, un pacífico y dormido pueblo del interior, preso de un extraño terror apenas contenido, luego de haber leído en los diarios del día anterior sobre unos pobres ancianos golpeados con insólito salvajismo y robados sin piedad en el mismísimo poblado. No extrañaba entonces que aún antes de salir del vagón, las más sangrientas y estrafalarias figuraciones estaban haciendo trizas de su cabeza. En tales circunstancias su ansiedad era perfectamente entendible. No era el protagonista de los malditos hechos; no, era apenas un viajero ocasional que, alejado de su entorno familiar, tenía que enfrentarse con el miedo surgido del fango. Lógico entonces que el invisible malestar que gemía en sus entrañas lo hizo pisar la vereda frente a la estación de trenes “Margarita Sánchez” como quien duda antes de entrar en una zona de arenas huidizas.

                    Sea como fuera, una vez en tierra firme, el aire fresco del campo llenó sus pulmones de suaves perfumes rústicos—las flores  secas, las hojas de otoño, un dejo lejano de un abundante asado criollo—y el sol cálido de la tarde provinciana tuvo el efecto de calmar sus alterados nervios. Una brisa amena recorría su cuerpo como una caricia inesperada y bienvenida. Además, notó que ningún cuerpo muerto oscurecía la vista—una señal obviamente positiva—y ningún oficial de la policía limpiaba sangre roja y fresca de las veredas. Juntando coraje y mordiendo el labio inferior (sin provocar un derrame de sangre) salió de la estación y tomó la calle Yerba Buena, la vía más concurrida por los turistas. Tal vez no pase nada, razonaba Damián. Tal vez esta vez la suerte me acompañe. En fin: ¡Qué clase de asesino mata durante la hora de la siesta, un domingo de cielo claro, un día como hoy que inspira confianza en la vida y en la bondad de Dios? Damián respiraba profundamente mientras avanzaba hacia su hotel. ¿Será cierto, como se ha dicho, que los asesinos de los desdichados ancianos son tipos que tienen sus cuchillos afilados sólo para las víctimas mayores a los 70 años? Si es así yo, Damián Lobos, estoy a salvo, pues con apenas cuarenta décadas en el bolsillo estoy en otra categoría. Además, no hay que dejarse llevar por las noticias. ¿Será cierto lo que publican los diarios o son mentiras para vender más ejemplares? ¡Las cosas que publican! ¿Cómo sabe uno si es verdad o mentira?

                 ¡Momentito! ¿Dónde está todo el mundo? ¡Los padres, los chicos, el peluquero, los estancieros, los jubilados que siempre toman mate a esta hora, las amas de casa, los gauchos, los vendedores ambulantes...los amantes? Todo parece envuelto en el más impenetrable y misterioso silencio. Hasta los perros están todos dormidos. ¡Aja! Allá veo una perra gordita tomando la siesta sobre un diario que se llama...a ver...con permiso...a ver...se llama...”La Tribuna de la Verdad.” ¿Aja! Aquí dice que los investigadores del caso de los ancianos atacados con “armas ‘contundentes’ están a punto de dar con los malhechores. ¡Menos mal! Si “La Tribuna de la Verdad,” el principal diario de Todos los Santos, dice que los malvados asesinos pueden caer en cualquier momento, ha de ser verdad. ¿No es cierto?

                La ausencia de actividad aparente—salvo, claro, algún ronquido de uno que otro perro, y el zumbido de unos cuantos mosquitos atraviesos—no era lo que Damián esperaba encontrar pero de todos modos facilitó su retorno a la normalidad psíquica. Alejado el temor inicial, comienza a reflexionar: la realidad es como un truco de magia; es cambiante, móvil e imposible de capturar y, como a veces no resulta fácil separar la paja del trigo, tampoco es tarea para cualquiera distinguir la ficción de la realidad. ¡Realmente! ¿Cuántas pavadas se fabrican en nombre de la realidad. ¡Cuántas mentiras! ¡Delirios! ¡Basta ver la televisión durante una hora para darse cuenta de la distorsión generalizada...y todo por una cuestión de ambición, de poder...¡qué cosa! El ser humano sólo busca subir sobre las espaldas de los demás...muerto el idealismo, se impone el pragmatismo...y siendo así el asunto, lo que uno debe hacer es intentar doblegar la realidad a gusto, hacer que las voluntades se doblen como los árboles enanos de la Patagonia...en fin, mi verdad es mía y por ser mía no ha de ser menos cierta que la suya. ¿Verdad? ¿A qué tengo miedo entonces? ¿Miedo a la verdad o a la realidad?  De todosmodos impresionante la cantidad de perros dormidos en este pueblo. ¿Y la gente?. ¡Te das cuenta! ¡Ojalá que tuviera una cámara para sacar una foto de aquel perro de raza difusa roncando sobre esa asquerosa bolsa de basura... Pero...¡qué pasa? ¿Están muertos o dormidos? A lo mejor están fingiendo.

                 Damián comienza a poner orden a sus fantasías:

               --Yo que he estudiado filosofía, sicología, semiología, yo, digo, tengo suficiente experiencia de vida como para saber. Y para mí los perros no son capaces de fingir. Es probable que los asesinos de los viejos hayan somatizado a los perros del pueblo, introduciendo en su comida algún componente que produce sueño y flaccidez. Es que los perros ladran. Eso lo sabe cualquiera. Sin embargo, aquí ningún perro ladra: están todos dormidos en las calles, en las veredas, sobre la basura, en las entradas a los negocios. No es una conducta normal. Al observar una actitud anormal,  hay que activar el botón alerta en la cabeza.

                            Eso estaba pensando Damián. Además, encontró una nota en la página 27 de “La Tribuna de la Verdad” que decía: “Los perros vagabundos están día y noche en las calles. No sólo corren a los automóviles y especialmente a las motos que pasan, sino también a las personas que transitan, sin molestar a nadie, con una bolsa en la mano o con una gorra. ¿Cuánto tiempo más podemos permitir esa conducta sospechosa de los animales en nuestro pueblo?” Es sugestivo lo que dice el diario, pensaba, y si todos los perros están dormidos ahora, debe haber una mano siniestra detrás. A lo mejor es la misma mano que mató a los pobres ancianos. Claro. El perro denuncia una presencia no esperada o maligna, ladra, abre la boca y muestra los dientes, saca la lengua y asusta. Entonces: ¿por qué se muestran tan tranquilos ahora? Llama la atención, francamente.

                             ¡Dios mío! Vuelve la agitación. El corazón de Damián palpita inquieto. Toma el aire como alguien que acaba de cruzar el Sahara. Comienza a ver las cosas con otros ojos, a escuchar de otra manera.  ¿Escuchar qué? Los perros roncan y Damián, como cualquier otro hombre en su situación, piensa en las manchas de sangre que la policía encontró en algunas ropas de unos tipos con caras muy sospechosas. ¡Pobres viejos! Dicen que trabajaron toda la vida juntando plata, propiedades, muebles...y todo para qué? ¡Para que te claven la cabeza con un ladrillo? ¿Para luego escapar con los ahorros de toda tu vida?  Piensa Damián:

                     --Yo, personalmente, no he podido ahorrar nada. ¿Eso saben los asesinos? Me parece que no. Entonces, yo puedo ser el próximo. ¡Dios mío! ¿Qué hago?

                     Había venido por la entrega de premios. Era escritor pero como no se puede ganar la vida escribiendo, se dedicaba a la remodelación de edificios viejos, un trabajo que le fascinaba. Había propuesto en la licitación renovar las puertas y ventanas de la estación “Margarita Sánchez”—ahora en un estado lamentable. El interés en el pueblo por el proyecto era enorme, tan grande que se había organizado la apertura de las licitaciones en un reconocido Club social en la calle Felixberto Hernández. Aunque...a lo mejor se postergarán las ceremonias por el problema de los ancianos y los perros drogados. ¿Drogados? ¡Allí está! Los asesinos de los viejos habrán drogado a los perros. ¡Vaya! ¿Podría ser?

                      Al subir el escalón de mármol de la entrada y al pasar por la imponente puerta de quebracho, Damián notó que el ambiente en el Club era sumamente alegre. Es más: una hermosa mujer, vestida de gala, decoraba la entrada como un cuadro de Rafael. Y estaban regalando caramelos a los invitados. ¡Qué bueno! Damián se queda parado frente a un telón de lienzo pardo en la que se resalta  una figura exótica e inquietante: parece querer liberarse de la tela y saltar hacía él. Un papel pegado a la pared debajo del lienzo pone estas palabras a la vista: “Los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frío en refrigerio, su desnudez en galas, y su dormir, en una estera, en reposar holandas y damascos...” Luego, unas letras góticas anuncian: “Don Quijote de la Mancha.” Damián apenas logra tapar un grito:

                --¡La mancha! ¡La mancha de sangre de los viejos masacrados! 

               Afortunadamente, nadie lo escuchó. Trató de calmarse. Un poco más sereno, comenzó a razonar: ¿Será un mensaje en código? ¿Una trampa? Los criminales emplean a menudo tácticas de disimulo...el asesino puede estar aquí en el Club, suelto y disimulado...es terrible...no hay ningún lugar seguro hoy en día...

                    --Señor, señor...Perdón, es que están a punto de abrir los sobres.

                    Era la señorita que se parece a Rafael.

                   --¿Los sobres de la licitación?

                  --Claro...al final del pasillo, a la izquierda.

                  Damián echa una mirada a izquierda, luego a derecha. La mujer señala el pasillo que desemboca en un pequeño y simpático salón poblado de un nutrido público expectante. Damián apura el paso. Antes de escoger un asiento, un hombre con una voz muy articulada anuncia el ganador:

                 ¡Damián Lobos!

                 Aplausos retumbantes, estallido de luces digitales, los fotógrafos se abalanzan en avalancha desde sus escondites, buscando desesperadamente el rostro de Damián. En medio de la confusión reinante, un hombre de cabeza amplia, calva y brillante toma el micrófono e improvisa un discurso:

                  --Damas y caballeros de Todos los Santos! Este es un momento maravilloso para nuestro pueblo...sí, sí podemos creer aún en el poder de la imaginación, aún en estos tiempos de tempestades, pues reconstruir las puertas y ventanas de la antigua estación “Margarita Sánchez” ha sido y sigue siendo nuestro sueño dorado. ¡Pronto será una realidad! No cabe duda alguna. ¡Y el hombre que ha sido escogido para encarar el proyecto está entre nosotros!

                   Nuevos aplausos y el accionar de las cámaras. En medio de las risas y palmadas, se podía escuchar desde afuera un coro de aullidos: los perros del pueblo parecían por fin despertarse de su la larga siesta. Damián avanzó hacia el podio sin escucharlos. Pero cuando el hombre de cabeza amplia y calva le extendió la mano, miró instintivamente hacia la puerta de entrada. Uno de los perros, de raza indefinida, sin una de las patas traseras, corría cojo hacia el salón con un enorme hueso fresco entre sus colmillos. Damián no supo cómo reaccionar. Sólo pudo gritar: “¡El asesino! ¡El asesino!”

                       Claro. En tiempos de tempestades un perro puede ser un dios, puede ser el diablo; y puede ser un asesino disfrazado. ¿Quién lo puede dudar? Eso quizás explicaría el exabrupto de Damián. Uno a veces hace asociaciones de este tipo en el sueño, en un limbo lejos de la realidad, pero francamente decir que un perro con un hueso en la boca es un asesino golpea los límites de la lógica. 

                     --¡Señor! ¿No escuchó? ¡Ha ganado la licitación!

                     --¿Qué licitación? ¿No se dan cuenta del peligro?

                     --La licitación para renovar las puertas y ventanas de la vieja estación...

                     Era la voz del hombre de cabeza calva y brillante.

                    ¡Huir! ¡Huir! Sólo en eso pensaba Damián. ¿Qué me importan esas malditas puertas y ventanas? Este pueblo está embrujado. Y Damián corría. Corría como nunca en la vida. Corría hacia la vieja estación “Margarita Sánchez” y mientras corría comenzaba a pensar que estaba viviendo en el vórtice mismo de un cuento, un relato de horror que el mismo componía mientras escapaba hacia la estación. Un cuento que parecía una pesadilla, con puertas y ventanas que se abrían y cerraban solas, perros drogados, ancianos asesinados, y un pueblo que no registraba el peligro. ¿O era que todo era un delirio suyo, que en el pacífico pueblo de Todos los Santos no había pasado nada?  Llegó a la estación sin aliento, tiró abajo la puerta de entrada, encontró cerrada la puerta al andén y, desesperado, sacó fuerza de donde no la hay y saltó por la ventana y entró a los tumbos en el  último vagón. Buscó el primer asiento vacío. Frente a él una anciana arrugaba terriblemente su frente mientras limpiaba sus lentes. Un diario descansaba sobre su falda.

                      --¡Qué barbaridad! Dice aquí que el asesino de los ancianos vivía en la estación y que han contratado a alguien para poner las puertas y ventanas a nuevo. Yo no lo creo.

                      --¿Entonces...es cierto?

                      --¿Qué cosa?

                      --Lo de los ancianos y los perros drogados.

                      --¡Vaya uno a saber!

                      Damián cerró sus ojos, sin agregar comentario alguno. Tiempo después se despertó. La vieja se había ido. Había dejado en su asiento un libro cuyo título era “Abriendo puertas, cerrando ventanas.” Su autor: Damián Lobos.

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