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Claude Lanzmann, director de "La liebre de la Patagonia"

Claude Lanzmann, director de "La liebre de la Patagonia"

La expresión “Shoah” proviene del hebreo y significa “destrucción,” catástrofe” o “aniquilamiento” según Claude Lanzmann, director de la película, y lo eligió precisamente porque nadie iba a entender el significado. “Holocausto” o “Solución Final” hubieran sido nombres excesivamente comunes. No entender supone la necesidad de investigar, informarse, buscar el sentido: era lo que Lanzmann quería al poner “Shoah” como nombre de su película documental, uno de los trabajos más monumentales del cine. Esa misma búsqueda acompañó el director, escritor y periodista a titular su testimonio “La liebre de la Patagonia.” Algo que a primera vista está lejos de las cámaras de gas del régimen de Hitler, pero Lanzmann explica: “Cada día durante la redacción de este libro, he pensado en las liebres, el las del campo de exterminio de Birkenau, que se escurrían bajo las alambradas infranqueables para los hombres…”

Sin bien el libro de 523 páginas no es tan conocido como clásicos de Jean-Paul Sartre, su amigo, o Simone de Beauvoir, su amante, es brillante, lúcido y conmovedor; lleva el lector a todos los rincones geográficos, políticos y filosóficos en los cuales el hombre batalló su lugar en el mundo “moderno,” desde la resistencia a Hitler, y el extermino de millones de judíos (y otros) en las cámaras de gas,  hasta la Guerra Fría, el Estalinismo, la guerra entre Correa del Sur y los Estados Unidos y Correa del Norte y China, la emergencia de Israel, las luchas entre árabes e israelís…el arte, la filosofía, el sentido de la vida, el amor.

¿Es biografía? ¿Historia? ¿Novela? Se deja leer a ritmo de novela pero como dictado de la memoria del autor; es un himno a la vida y a su vida, tumultuosa, energética; Lanzmann es un hombre polifacético, un investigador, periodista nato, director que camina por el mundo como si tuviera la filmadora puesta al hombro, un hombre que enamora, un judío iconoclasta, testigo de las tragedias más nefastas, siempre dispuesto a indagar, a revelar la verdad.

También un hombre de muchos amores. Tal vez el “affair” más jugoso haya sido su enamoramiento con una enfermera en Corea del Norte, más jugoso porque no hablaba una sola palabra de coreano. Tuvo que ir al hospital para recibir unas inyecciones…”Abrí: no era un enfermo sino una enfermera, radiante, con el uniforme tradicional, los senos apretados pero no abolidos por el blusón, la cabellera negra le caía en dos coletas, los ojos también estrechos pero de fuego, aunque los mantenía hacia abajo.”

Pero para otra inyección, siempre acompañado por guardias, ella apareció, “metamorfoseada, irreconocible, convertida en otra mujer, vestida a la europea con una falda ligera de colores, los pechos sueltos destacándose bajo el corsé, las coletas escondidas, recogidas en un moño, algunos rizos cayéndole sobre la frente, la boca roja de carmín y muy maquillada, de una insolente e insólita belleza.”

Trató de escapar con ella a un escondite sobre el río pero ella tuvo un accidente y tuvo que ser hospitalizado…Tuvo una despedida a besos y abrazos en un patio del hospital. Si algo más pasó no está muy claro. Pero tiempo después recibió una carta de ella. Entre otros conceptos escribía: “Deseo de todo corazón una gran victoria de las madres y los hijos que luchan contra la guerra y por la paz.” Refiriendo a su accidente, cuando cayó al río Taedong, dijo: “para nosotros es un recuerdo divertido que quedará por mucho tiempo en nuestra memoria.”    

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