Amanecer Dotta: Alfredo Zitarrosa me introdujo la cultura a mi vida...
--J. Grotowski--
Se ha dicho hasta el hartazo que el teatro es juego. Los niños saltan, intentan volar, se enojan, hacen muecas, gritan, lanzan insultos, ladran, se cubren de trapos, inventan discursos, arman trifulcas, matan a ladrones de a mil, planifican terribles batallas...A menudo los adultos se asombran de la inquebrantable convicción con la cual los pequeños reproducen sus fantasías. Y a veces los actores, directores y escritores vuelven a la infancia para nutrirse de materia prima.
Estamos en Montevideo, en el departamento del director teatral Amanecer Dotta, observando la plaza San Pedro, transportándonos hacia aquellos dorados días de la juventud cuando las acciones todavía no encontraban el freno de la conciencia.
--¿Pasó algo en su juventud que terminó despertando su interés en el teatro?
--Sí. Cuando éramos niños yo vivía en La Unión, en la calle Fray Bentos. Ëramos un grupo de muchachos de barrio. Un día se mudó junto a mi casa una persona que iba después a ser un amigo eterno, Alfredo Zitarrosa. Teníamos no sé si once años. Alfredo me introdujo la cultura a mi vida, con su biblioteca, sus libros. Un día nos pusimos a jugar y uno de los juegos era hacer una obra de teatro. Me acuerdo que la obra se llamaba ‘El niño que quiere ser perro.’”
--¡Jugoso título! ¿De qué se trataba?
--Había un niño que le iba mal en la escuela y veía sin embargo que los perros vivían sin grandes conflictos, hacían lo que querían. El drama de la obra era que el perro estaba atado a una silla. Yo era el director de la obra y Alfredo era el actor, el perro.
--¿Cantaba?
--Todavía no pero Alfredo era muy especial. Me acuerdo por ejemplo que una vez empezábamos a escribir una novela. El problema era saber dónde situar la acción. Entonces, abrimos un Atlas al azar y pusimos un dedo y el dedo cayó en el desierto del Sáhara. Alfredo puso la primera frase a la novela: “Con un sol que calcinaba la tierra, los dos amigos iban por el desierto…” La segunda frase la tenía que escribir yo. Y así sucesivamente. Puede usted imaginar el destino de aquella novela: tan corta como la enfermedad de Alfredo.
Hasta aquí llegó la entrevista con Amanecer, pues de regreso a Argentina, la mano de un ladrón hizo desaparecer la grabadora del periodista. No obstante, el robo permite algunas observaciones. Dotta trabajó luego en Cuba, organizando con gran éxito actividades culturales en los barrios y en las poblaciones que antes de la revolución casi no conocían el arte del actor. Ahora se empeña en una actividad similar en Montevideo y, en su tiempo libre, pone una palabra tras otra en una novela que ha de ser muy novedosa y en el cual el tango es protagonista.
¿Qué tiene que ver todo esto con el solitario ladrón que entró en un café en la avenida 9 de Julio y huyo con la velocidad de la luz, llevando como premio la conversación con Dotta? Es que quedan muy pocas personas como Amanecer, comprometidas hasta la medula con el teatro, consecuentes hasta los últimos detalles de su propio desarrollo artístico; personas que viven en y por el teatro. Pero su teatro es un “robo” en el sentido de representar un filtro alimentado por la vida de todos los días, transformado luego mágicamente en algo que la supera largamente. ¿Podemos imaginar al ladrón escuchando con atención a la grabación? ¿Habrá entendido que la verdad escénica es el premio del actor, que la transformación del actor en el personaje le permite “robar” una verdad al mundo real que le rodea…?
Contact: amanecer@netgate.com.uy
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Javier Peña -