A pesar de los avances tecnológicos, el cuenta-cuentista sigue siendo tan vigente como en el alba de la humanidad
Desde los tiempos más remotos de la civilización humana la comunicación ha sido una de los aspectos más característicos, urgentes y fascinantes de la organización social. Sobre las paredes de las grutas, y en los diversos entornos de las culturas prehistóricas, aparecen registrados signos claros que verifican la importancia atribuida por nuestros antepasados a la comunicación: dibujos, pinturas rupestres, esculturas tallados, para mencionar sólo algunos.
A diferencia de los animales, los seres humanos hemos desarrollado la capacidad de recordar nuestras acciones, retener nuestras experiencias, volver a hablar sobre ellas y aprender de ellas. Recordar supone guardar imágenes, sensaciones, sonidos o secuencias de acciones en la cabeza y exige asimismo un método para reproducir o informar a otra persona lo que hemos experimentado.
El lenguaje surge entonces como instrumento útil y eficaz que diferenciaba a los homo sapiens de las demás formas de vida. Facilitó el cumplimiento de las tareas más esenciales, tales como la organización del trabajo, la caza, la defensa, la lucha por sobrevivir; al mismo tiempo permitió compartir experiencias, codificarlas, transmitirlas y reflexionar sobre ellas.
Es dable pensar que en un primer momento el lenguaje servía para la clasificación de los objetos, las cosas, las personas y los animales que rodeaban los hombres y las mujeres en sus actividades cotidianas. Luego, como sucede en el caso de cualquier invento, aparecían innovaciones: formas más detalladas y precisas de describir, por ejemplo, cómo indicar la realización de una acción, un estado, una sensación...un pensamiento.
En una etapa posterior el hombre aprendió cómo narrar sus experiencias y comunicar a sus pares los eventos de vital importancia para el funcionamiento y la preservación de la familia o grupo social. No ha de sorprender, entonces, que con el tiempo emergen figuras como sacerdotes, magos, narradores y poetas: ellos eran los primeros periodistas.
Muchos milenios después la invención de la escritura—un hecho de singular importancia en la historia de la humanidad--representó un salto transcendente, pues ya no era necesaria confiar exclusivamente en la memoria: los hechos podría ser registrados. En las calles y paredes de Roma antigua o en China aparecían algunas de las primeras manifestaciones de periodismo: las voces de la autoridad, las reglas de buena conducta, noticias sobre una guerra, las actividades de los dioses...y muy esporádicamente las voces de protesta.
Posteriormente, durante el oscurantismo en Europa luego de la caída del imperio romano, un pequeño ejército de narradores, cuenta-cuentistas, magos, juglares, y cantantes portaban en sus labios diarios vivos. A menudo codiciados por el poder, y también sensibles a la condición de los más humildes, empleaban el humor, la ironía y la provocación en su evocación de los hechos revelantes; servían como portadores de noticias, inventaban historias, modificaban otras, según las circunstancias y el arte de sobrevivir.
Ahora el hombre avanza a saltos sobre un mundo en el cual las nuevas tecnologías de comunicación anuncian un futuro promisorio pero al mismo tiempo las guerras y la destrucción del medio ambiente condicionan gravemente el desarrollo harmónico. En este contexto se afirma una vez más la vigencia del cuenta-cuentista como portador de la memoria humana.
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