En su libro "La Cajita Infeliz" Eduardo Sartelli anticipó el crash...
Se sabe que el sistema de economía basada en la libre empresa experimenta periódicas caídas, entonces no ha de sorprender la actual crisis en Wall Street. En efecto, el escritor y economista Eduardo SAartelli anticipó la crisis con asombrosa exactitud en su libro "La Cajita Infeliz, un vieje a través del capitalismo," publicado en 2005 por Ediciones RYR. Publicamos aquí extractos del capítuo X:
"(…) Ya lo explicamos en el cuarto capítulo: el capitalismo vive de y para la ganancia. Sin ganancia no hay capital, no tiene sentido. Si la tasa de ganancia es elevada, todos los capitalistas invierten, el sistema crece, la desocupación se achica, los salarios suben y todos somos (más o menos) felices. Si la tasa de ganancia es escasa, los capitalistas no invertirán, no importa lo que se haga a su favor. De modo que si uno quiere entender la historia del capitalismo, tiene que seguir la evolución de la tasa de ganancia. (…)
La llegada de Clinton al poder estuvo signada por la situación económica. De ahí el lema con el cual hizo campaña: “es la economía, estúpido”. (…) Tras algunos tropiezos, su mandato comenzó a disfrutar del boom de la “nueva economía”, cuya performance puede observarse en la curva que se alza rápidamente entre 1992 y 1997. Su segundo período, a partir de 1996, se hizo al son de la Macarena bailada al estilo yanqui, es decir, como elefante con tutú, y con el lema “nunca estuvimos tan bien”. El auge de la bolsa, apoyado en las “punto.com”, fue tan poderoso que alcanzó para borrar los “pecados” sexuales del presidente. (…)
Durante un breve período, 1997-1999, la burbuja de la bolsa continuó barriendo la verdad bajo la alfombra. Es menester, entonces, examinar de cerca esta burbuja. La burbuja se reveló tal luego que su “soporte sólido”, la llamada “nueva economía”, mostró no estar a la altura de las promesas mágicas que había prohijado. ¿Qué era la “nueva economía”? Un supuesto proceso, sostenido por la “nueva tecnología”, básicamente la informática, que se caracterizaba por una extraordinaria expansión, la caída del desempleo y de la inflación, aumento de la productividad y descenso del déficit fiscal.
La “nueva economía” era el resultado de innovación tecnológica, cambios en los negocios y una política económica adecuada, es decir, apertura financiera y desregulación laboral. Todo el problema es si esta maravilla realmente existió. No me va a creer, pero tengo un par de amigos yanquis que se tomaron el trabajo de revisar los datos. Harms y Knapp examinaron los indicadores económicos más usuales para el período 1991-2001. Comenzando con el crecimiento del PBI, una tasa de crecimiento anual de 3,01% para esos diez años, se ubica por debajo del 4% de las décadas de 1950 y 1960 (4%) e incluso de la de los ’70 (3,26%). Se encuentra por debajo, también, de la de los ’80 (3,02%). En términos de PBI, la “nueva economía” parece ser, más bien, la continuidad de la decadencia más que el inicio de una nueva era. En términos de crecimiento de la productividad, la nueva economía tiene poco para decir: el 1,81% de crecimiento anual está por encima del 1,38 de la década de los ’80, pero debajo del 1,94% de los ’70 y muy lejos de los ’60 y ’50 (2,84 y 2,80 respectivamente). Comparaciones en torno a salarios y a ingresos familiares dan resultados similares, con el agravante de que las compensaciones no salariales (seguro médico, jubilaciones, etc.) cayeron. Lo que sí se expandió notablemente fueron las deudas personales y familiares. También creció la jornada laboral: los yanquis trabajan 56 horas más que antes, ya que el promedio anual pasó de 1.905 a 1.961. Por el contrario, las remuneraciones a los funcionarios del capital (CEOs y otras yerbas) subieron espectacularmente.
Detrás de la “nueva economía” se encontraba, entonces, un fenomenal proceso especulativo bursátil que ya hemos descrito y un macanazo enorme en torno a las ganancias reales de las empresas, asunto que explotó con el caso Enron. Más que “nueva economía”, se trataba de una cuestión bastante más vieja: una burbuja especulativa de esas que gustaba denunciar Keynes. (…) Las burbujas, ya lo sabemos, son cosas frágiles. Brillantes y frágiles. Ambas características estaban presentes en esa era de las fantasías que fueron los ’90 americanos. (…)
Entre 1997 y 2000, mientras la burbuja alcanzó su apogeo con la subida sostenida de la tasa de ganancia financiera, la tasa de ganancia no financiera cayó un 20%. Se trata de un caso claro de desacople entre los valores bursátiles y la economía real. La caída fue violenta: la economía se desaceleró, cayendo la tasa media anual de crecimiento, entre junio de 2000 y junio de 2001, de 5% a -1%, mientras la tasa de aumento de la inversión cayó aún más, de 9% a -5%. Después de haber crecido a una tasa anual del 2%, el empleo cayó a igual velocidad entre el 2000 y el 2003. (…) En ese período se perdieron unos 2,8 millones de empleos. Los gastos en equipos e instalaciones cayeron también. Entre septiembre de 1995 y junio de 2000, el quinquenio dorado de la “nueva economía”, las 4.200 empresas del Nasdaq, el corazón de la “nueva economía”, reportaron ganancias por 145.000 millones de dólares. Entre el primero de julio de 2000 y el 30 de junio de 2001, las pérdidas reconocidas por las mismas compañías llegaron a 148.000 millones de dólares. La “nueva economía” sencillamente no existió.
Este feroz proceso de desvalorización del conjunto de la economía fue apenas frenado por una intervención no menos feroz, que llevó la tasa de la Fed de 6,75% a 1,75%, reduciéndola once veces consecutivas. El resultado fue inflar una nueva burbuja inmobiliaria ya que, alentados por la caída de la tasa, que no fue a parar a actividades productivas, el exceso de dinero fue canalizado por los consumidores hacia la compra de casas. La estrategia de la Fed es clara: se estimula el consumo esperando que las empresas recuperen rentabilidad y promuevan inversión genuina. Otro de los elementos clave de la expansión post-burbuja es la explosión de los gastos de defensa, que crecieron, estimulados por el ataque a las Torres Gemelas, un 6% en 2001 y 10% en 2002. (…) Este boom de consumo, sin embargo, no ha permitido la recuperación del sector industrial. Por el contrario, ha estimulado las importaciones y la especulación inmobiliaria. La burbuja de la bolsa se desinfló, sólo para traspasar su aire a una nueva burbuja inmobiliaria que amenaza con explotar por estos días. (…)
Hay que recordar que China es el principal destino de las inversiones extranjeras del mundo y es, en términos regionales, un comprador indispensable: entre 1995 y 2002, las exportaciones del resto de Asia a China se duplicaron, pasando de 72.000 millones a 160.000. Los analistas ya hablan de una burbuja inmobiliaria, producto de las tendencias recesivas que afectan a la producción china. Si se desplomara la especulación inmobiliaria, comenzaría la caída en cadena de los bancos, ya afectados por insolvencias crecientes. (…)
Japón, otrora la nueva estrella de la economía mundial, es hoy uno de los países más endeudados de la tierra, vive una depresión permanente desde fines de los ’80 y, desde esa fecha, tiene con EE.UU. una relación perversa en la que la tendencia nipona a ahorrar mucho y consumir poco se combina con la costumbre opuesta de los yanquis, a consumir mucho y ahorrar poco. Japón también tuvo su burbuja bursátil, que se pinchó también en el 2001, dejando a medio mundo en la calle. (…) El crecimiento (pobre) japonés de los ’90 se consiguió a deuda pura: mientras el PBI creció un 10%, la deuda alcanzó al 70% del PBI. Según los analistas, la crisis de la deuda pública japonesa es más grave que la de la República de Weimar. (…)
Europa. Hablar de Europa hoy, es hablar de Alemania. Por supuesto, decir que está en una crisis de largo plazo no es ninguna novedad. Desde los ’60, cada crisis en Alemania lleva a una recuperación más lenta y a tasas de crecimiento más débil: 4% anual en la década beatle; menos de 3 en los ’70 y ’80; 1,5 en los ’90. (…) En realidad, la recesión alemana que comenzó en 1992 y, aún con cierta recuperación, continúa hasta hoy, no hace más que seguir el ciclo declinante de la economía mundial y tiene que ver, como el lector ya supone, con la tasa de ganancia. El resto de Europa, con diferencias menores de país a país, no desentona (…)
A esa temprana edad que son los diez años, vi por primera vez La máquina del tiempo, con Rod Taylor, una versión insuperable. En una de las escenas, el protagonista recupera el pasado del futuro al que ha llegado, haciendo girar como si fueran trompos unos anillos que se iluminan y “hablan”. Me pareció un recurso burdo. A uno siempre le parece que la tecnología es algo “complejo”, así que yo hubiera apelado a una máquina bastante más sofisticada para crear el mismo efecto. Sin embargo, no sólo estaba equivocado, porque los modernos “ci-dis” se parecen notablemente a aquellos anillos, sino porque, como creo que decía Asimov, a medida que la tecnología avanza, más se parece a la magia. (…) Deberíamos hacer algo ya, porque este maravilloso vehículo que es el planeta Tierra, marcha con los ojos vendados hacia un abismo sin fondo. Está en nuestras manos cambiar el conductor, antes de que nuestra historia sólo pueda ser rescatada por anillos que puedan parecerle magia a algún viajero del tiempo…"
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