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Buenos Aires Jaque Press, en inglés y español

Un rayo de luz sobre una sombra

Un rayo de luz sobre una sombra

    Le parecía muy raro lo que pasó ese día. Volvía una y otra vez sobre el suceso, días, meses y años después, sin entender nada. ¿Debemos entender todo? No. Pero somos curiosos, pensamos, buscamos el por qué de las cosas, no aparece la explicación,  cerramos los ojos, rogamos, fumamos, tomamos café, conñac, y luchamos contra nuestra ignorancia.

     La sombra estaba allí, extendiéndose sobre la tierra, su existencia no estaba en duda, la tarde la hacía cada vez más larga y nada perturbaba el silencio pulcro e inpenetrable que imponía su sello en el lugar. Sentado sobre un tronco, Milo Saenz descansaba, el serrucho sobre sus piernas. Con una mano secaba el sudor que corría de su frente.

      Mantenía los ojos clavados en la sombra del pino, erguido, sólo y único en medio del bosque de cerezas. Pensaba en un país lejano, imaginario, poblado de hombres y mujeres enamorados que cantaban en todos los ámbitos: en la cocina, en la calle, en las oficinas,en los baños, en los basurales. Comenzaba a imaginar rostros, olores, palabras imposibles de pronunciar, cantos, una mano suavemente húmeda que aquietaba la tensión en su piel. Abrió los ojos sobreexitado y giró la vista hasta captar la imagen de la sombra. ¡Estaba partida por un rayo!

     Huyó aterrorizado pero en su apuro hizo un mal movimiento y se cayó sobre el borde de la sombra. Intentaba levantarse pero la pierna derecha no respondía. "¡Mierda!" Preso del espanto, pidió socorro. En vano porque el silencio cubría todo. El dolor de la pierna rota le hundía en un sin fin de especulaciones. ¿Cómo volver? El libre movimiento del cuerpo es hermoso, es la ilusión de la libertad, pero ahora era prisonero de su propio cuerpo. La palabra, esa invención humana tan antigúa como bella, tan útil para expresar los sentimientos, para organizar las tareas, para enseñar a los niños, no le servía para nada. Sus gritos se perdían en el silencio más absoluta que le rodeaba. 

     Habrá sido por el particular ángulo del sol detrás de las montañas cercanas, o por algún motivo ajeno a nuestra comprensión, no sabemos, pero el rayo se agrandaba lentamente hasta iluminar las piernas del hombre. Es cierto. Hay quien identifica la luz con alguna fuerza divina, la sombra con los poderes del mal. Nosotros no sabemos, nos mantenemos al márgin de la disputa. Claro está, con la inquietud en la conciencia. 

    Un repetino soplo de viento cálido despertó el hombre de su ensueño. Se puso de pie, como si no hubiese lastimado la pierna, agarró el serrucho con fuerza y corría sobre el dibujo que dejaba el rayo. Corría y corría porque el rayo parecía no terminar nunca. Ya cuando el sol hizo un guiño a la luna seguía corriendo. Todos sus sentidos parecían abrirse de par en par. Lloraba, cantaba, sonreía, hablaba, gritaba de puro placer, cortaba las yerbas salvajes al borde del sendero de luz, y seguía su corrida.   

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