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Tuco y Sebastián, los espejos y una nueva puesta de "El Acompañamiento" de Carlos Gorostiza

Tuco y Sebastián, los espejos y una nueva puesta de "El Acompañamiento" de Carlos Gorostiza

Poco antes de la caída de la peor dictadura en la historia argentina, actores, dramaturgos y directores intentaban, a través de la escritura y puesta en escena de espectáculos representados en "Teatro Abierto," sembrar semillas de libertad. Una de las más destacadas obras del ciclo surgió de la pluma de Carlos Gorostiza: "El acompañamiento," un himno a la libertad a partir de dos personajes que luchan con sus frustraciones, soledad, recriminaciones, miedos, inseguridades y ganas de ser reconocidos como seres dignos.

 

Pedro Kochdilián, actor de oficio, tomó la obra a principio de año y, mediante arduos ensayos con Alejandro Sacchetti (Tuco) y Jorge Booth (Sebastián), armó una nueva puesta, probando con éxito la experiencia de dejar los ropajes de actor para asumir el no menos exigente rol de director, en una puesta que visitó el teatro Roma, en Avallaneda, el 5 y 2 de julio.

 

"Ahora vamos a organizar una gira por centros de jubilados," dice Kochdilián, "y luego volver al teatro Roma en septiembre.”

 

La obra de Gorostiza invita a la reflexión y al mismo tiempo propone un replanteo continúo de los actores sobre sus personajes, el significado de sus acciones y los siempre cambiantes vínculos del destino.

 

No sabemos si Gorostiza se inspiró en “Esperando Godot” de Becket, una obra que marcó el desosiego de pos-guerra en Europa. Pero aquí también dos personajes parecen encerrados en sus frustraciones, en sus añoranzas y en sus deseos por una libertad que asoma afuera de la ventana, fuera de la siempre cerrada puerta, casi como un fantasma, casi como un espejo.

 

Tuco trabaja en una metalúrgica. ¿Podemos entender hoy cómo era trabajar en una fábrica durante la dictadura militar, cuando militantes fueron secuestrados por bandas para-miliares? Cuando la autocensura hacía estragos con cualquier tipo de expresión no sumisa? Es un pregunta que Kochdilián formuló durante los ensayos.

 

Tuco decide renunciar a su trabajo para dedicarse al canto de tango. Claro, la música lleva una vibración de liberación al alma. Pero lo que canta Tuco es el tango: a la vez una auténtica expresión nacional y una inmersión en la nostalgia más profunda. Tiene oficio Tuco, sueños de grandeza, pero se encierra en el altillo de su casa, aislado por completo de su familia, del mundo, de la represión que azota el país, esperando el acompañamiento musical prometido por Mingo, un ex compañero de fábrica. Quiere triunfar, ser reconocido, lucir en la televisión; pero en realidad el miedo le tiene atado pies y manos.

 

La familia recurre al mejor amigo de Tuco--Sebastián--para quebrar su aislamiento. Aquí la acción dramática investiga con densidad y honda ironía la relación entre los dos hombres. Hay una sugerencia finalmente sobre lo absurdo e irreal del deseo frustrado de Tuco, cuando convence a Sebastián a acompañarlo en la guitarra. El amigo no sabe tocarla, pero hace como si supiera y todo termina feliz pero sin solución.

 

El desafío de la obra es encontrar el ritmo adecuado entre dos personajes que suben y bajan en intensidad, se enojan, indagan sobre la filosofía de la soledad y operan como un espejo cubierto de humo.

 

Es una situación muy teatral: es decir, el encierro, las ansias de libertad, la frustración, las roces personales, la duda, la necesidad de subir el autoestima…y se ha logrado en gran medida en la puesta de Koochdilián. Queda pendiente seguir investigando las miradas, los silencios, los gestos, los tonos, porque una obra de teatro ha de ser siempre recreada.

      

 

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