¿Es la viejez una carga o una bendición?
El tiempo no para, es cierto, porque lo único innegable de la vida, del universo, es el cambio: el cambio es constante, como el movimiento de las agujas del reloj que hemos inventado los hombres, como los días del calendario, también inventado por los hombres.
En fin, todo pasa, del bebé dependiente de la madre pasamos al niño que al crecer intenta liberarse y despegar sus alas, luego se convierte en padre y trata de moldear el desarrollo de sus hijos en su propia imagen, después entra en la edad avanzada y la sociedad (occidental) nos desprecia como un producto descartable más de la sociedad de consumo.
¿Somos “viejos” porque pasamos los 70 años? Depende. Muchas personas tienen una especie de espanto a la viejez, como su fuera un sufrimiento, una condena. Otros, como Alfredo Moffat, aseguran que “La negación de la edad es una tontería.” Pero cabe preguntar: ¿Qué es exactamente ser viejo? ¿Son los años acumulados, el declive del cuerpo y la mente, la pérdida de memoria, la incapacidad de realizar las actividades de la juventud? ¿O bien tiene que ver con nuestra actitud ante la vida?
¿En vez de pensar la edad como una cuestión estadística, no sería mejor pensarlo en relación con el estado físico, mental y psicológico de cada individuo? ¿No será que tenemos la edad que nuestra actitud ante la vida establece?
En las sociedades pre-industriales se trataban a las personas mayores con veneración, los viejitos mantenían un nivel importante en la sociedad, se las consideraban portadores de conocimientos, de sabiduría, y se las tomaban como personas dignas. En cambio, la sociedad actual, capitalista y frenética, resalta la juventud, la belleza, caras sin arrugas, cuerpos esbeltos y trabajados en los gimnasios; la tecnología exige cada vez más velocidad y margina a quienes no se adaptan a la voracidad del cambio; si algo no es nuevo hay que tirarlo o cambiarlo por el último modelo.
William Shakespeare tenía razón cuando hablaba de las “etapas de la vida.” Sería inútil negar que la vida nos lleve como un tren por diferentes estaciones—cada una con sus características propias. Pero…
¿Qué pasaría si tratáramos de no pensar tanto en los años, en las etapas establecidas por la sociedad o por la cultura que nos rodea, sino ubicar la edad como algo que responde a nuestra energía vital? Lo decía cuando ya era anciano Pichón: “la muerte está tan lejos como grande sea la esperanza que construimos.” ¿Cómo construir esa esperanza? ¿Tenemos ganas de vivir, hacer cosas? ¿O bien aceptamos como una carga el acercamiento del fin? ¿Qué pasaría si prestáramos menos atención a los años que tenemos, a lo que la sociedad, la familia o los diarios y revistas dicen de nosotros?
¿Qué pasaría si le dedicaremos tiempo a la pareja para hacer mimos, intercambiando caricias, masajes…si a pesar de ser viejos nos dedicáramos a hacer rutinas, yoga, tai-chi, sheng, Pilates, ejercicios de respiración para llenar todas partes del cuerpo y la mente con el oxigeno de la vida; qué pasaría si buscáramos tiempo para preparar exquisitas comidas, caminar por el bosque, hacer teatro, pasar agradables momentos con la lectura de novelas, cuentos, poesías; qué sucedería si pudiéramos cantar, contar chistes, cultivar flores de todas clases en el balcón o el jardín, contemplar la luna, las estrellas?
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