Cuento acerca de un pelado y su mantra
"En el agua los peces, en el cielo mi espejo, y yo vagando por el ciberespacio como un leon sin dientes."
Tenía un corte de pelo tipo taza, párpados caídos, y las arrugas que salían de la comisura de sus labios vibraban cuando vociferaba el verso.
De repente se escuchó la voz de un hombre que parecía saber de cosas más mundanas:
--"¡Todos al piso!"
--¡Oh! ¡Ah! ¡Mira!
Afuera un chico corría por la calle accionando una pistola al viento, o al azar, o a vaya saber hacia qué objetivo y detrás de él asomaba un pequeño ejército de policías o poli-ladrones, también con pistolas, también tirando al aire, al viento, o al supuesto ladrón.
--¡Qué barbaridad! ¿Será posible?
--A lo mejor son traficantes...
Fueron las expresiones de dos hombres vestidos en sacos de color gris, listos para ser vendidos en alguna feria americana, es decir, los sacos, a los hombres les quedaban unos añitos más de vida. En cambio la moza, de muy generosas caderas, pechos y demás atractivos femeninos, con la cara más fresca que una primavera en París, dijo:
--¡Se me fue un cliente sin pagar!
Quien escapó sin pagar no fue el señor pelado. En realidad seguía allí tarareando su mantra.
El reloj sobre el mostrador, arriba y a la izquierda de las medialunas recién hechas, marcaba las 10:30 de la mañana.
No sabemos, pero es perfectamente posible que el pelado, al informarse sobre el incidente de los ladrones y policías, habrá recordado una frase del escritor Ernesto Sábado:
"La vida cobra valor porque la espera la muerte, que es un hecho trágico y trascendente y misterioso. No sabemos en qué consiste la muerte. Nadie ha vuelto de allí."
Aunque, pensándolo bien, a lo mejor ninguna bala entró en el pecho del pelado precisamente porque durante el murmullo de su mantra se había olvidado pensar en la muerte, hábito que practicaba regularidad cada día a la hora de tomar el café. Es que uno va transitando por las calles de Buenos Aires, o las de Bagdad, de París o...sin darse por enterado: el señor muerte en cambio siempre está allí haciendo burla, orgullosa, con su cara de asco, su olor a podrido, feliz en su intento de tapar los pensamientos eróticos, filosóficos y filantrópicos de los seres humanos únicos e irrepetibles que pasean por la vida y por sus ineludibles y sucesivos procesos.
Que la bala que sale de la pistola de algún ladrón enfurecido no entre en el pecho de algún desprevenido cliente es pura y exclusivamente una cuestión de porcentajes, de cifras, probabilidades, incógnitas. En realidad, la acción fue tan veloz que el pelado nunca dejo de vociferar su mantra:
"En el agua los peces, en el cielo mi espejo, y yo vagando por el ciberespacio como un león sin dientes.”
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