La cachetada, una historia de amor
Un hombre joven avanza poéticamente desde bambalinas hacia el medio del escenario hasta encontrarse con una mujer sentada en un sillón, absorta en sus pensamientos íntimos. Se para a su costado derecho en silencio durante un tiempo. Ella sigue en la nada. El hombre vuelve hacia atrás, gira nuevamente hacia ella, duda qué hacer, busca algo en sus ropas que no encuentra. Ella lo deja gastar en su confusión, luego gira hasta enfrentarse al hombre, se levanta, y los dos intercambian miradas en medio de un silencio prolongado, casi eterno.
A la izquierda y a la derecha del escenario dos parejas se enfrentan también en acciones simultáneas y paralelas, vinculándose mediante movimientos corporales libres, expresando con sus gestos y estados anímicos el amor, la pasión, el rechazo, el desinterés, la seducción, el juego amoroso, la incomprensión; sus cuerpos hablan sin palabras ni sonidos. Ellas son manifestaciones oníricas de la pareja protagonista.
Hombre: Te amo, sabés, siempre te he amado, siempre te amaré.
Mujer: ¿Qué hora es?
Hombre: ¡El amor es la vida! ¡Sin tus abrazos no vale la pena vivir!
Mujer: ¿Qué? ¡Las seis ya!
Hombre: Te amo. Así de simple.
Mujer: ¿Me hacés un favor? ¿Podés sacar la basura? Van a llegar los
camiones. ¿Será posible? Siempre pasan a esta hora, siempre
dejan las calles sembradas de basura, siempre. Es una vergüenza.
Hacen la vida imposible.
Hombre: Yo sabía que tú ibas a ser mi único amor. Lo sabía desde aquel
momento cuando te vi en el colectivo. ¿Te acordás? ¡Ja! ¡Ja! Te
toqué involuntariamente. ¡Y bué…no tan involuntariamente, es
cierto! Pero desde aquel momento entré en tu mundo para no salir
jamás.
Mujer: La violación es un crimen que obsesiona incluso a los hombres más
cultos. Dicen que nos hacen el amor, pero no dejan nunca de hacer
la paja.
Hombre: Sentí el calor de tu piel debajo de tu falda y no pude controlar el
pulso.
Mujer: Tengo sueño, quiero dormir, extender mis brazos y piernas por toda
la cama. Quiero gozar de la libertad de mis movimientos, sin
ningún hombre al lado; sin el olor a semen, quiero toda la cama
para mí, todo el universo para mí, yo en mi mundo, yo sola.
Hombre: Una vibración rara, extraña, recorrió todo mi cuerpo, me dejo sin
palabras. No pude resistir el impulso de avanzar hacia ti; te
convertiste en un imán, en el objeto de mi vida, comencé a perder el
control de mi mismo.
Mujer: La mejor defensa es el ataque. Uno no debe creer nunca en las
palabras ajenas.
Hombre: Se me secó la lengua, sentí acalambrado, recordaba los versos
de la kama Sutra: “La virgen espera la herida de tu flor, que es
también una flecha perfumada y tiende su vientre sin igual hacia el
escudo de Rama para que tú la hieras y su sangre corra.”
Mientras el hombre recita las líneas de la Kama Sutra, la mujer experimenta una terrible agitación interior. Su cuerpo apenas expresa su estado nervioso, pero algo muy profundo se agita sus entrañas y crece. Se acerca su cara muy próximo al rostro del hombre, clava su vista en sus ojos. Cuando el hombre termina pronunciando la expresión “sangre corra,” ella entrega una cachetada contundente y sonora en la mejilla del hombre. El golpe obliga el hombre a doblar su cuello hacia atrás. Ella lo observa en silencio. Los dos se quedan en silencio, mirándose profundamente, perdidamente.
Las dos parejas ejecutan la misma acción que realiza los protagonistas, ejecutan la cachetada simultáneamente. Luego y frente al público se congelan en gestos que rescatan el momento.
Entra el director en el escenario para corregir levemente sus posturas corporales. Avanza hacia luego hacia los espectadores y dice: “No hay nadie que no haya recibido una cachetada alguna vez en la vida. La lógica del alma es el misterio más grande de la vida.”
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